Para aprender a tener paciencia
Ha llovido toda la
noche. La pequeña hada Celeste sale de la madriguera de la ardilla que ha
compartido con ella su cama de hojas secas. De pronto, un golpecito en la
cabeza hace que mire hacia arriba. La ardilla está en la rama más alta
recogiendo bellotas para desayunar.
–¿Quieres una? –le
pregunta señalando un montoncito que ha apilado sobre una hoja.
–No, muchas gracias –responde Celeste–. Tomaré un poco de néctar de aquellas flores tan bonitas.
Y, despidiéndose de
ella con la mano, Celeste vuela hacia una planta de campanillas blancas.
Tras llenar su
barriguita, Celeste se lava la cara con una gota de agua que cae de una hoja.
Después se estira el vestido y se pasa la mano por el pelo para peinarse.
–¡Ya estoy lista! –exclama
contenta–. ¡A ver si hoy tengo suerte y encuentro mi varita!
Y dando una voltereta
salta al suelo, con tan mala suerte que tropieza y cae encima de una cosa
pegajosa.
–Pero ¿qué es esto tan
asqueroso? –dice limpiándose las manos y sacudiéndose el vestido.
–Escucha bonita –oye
que alguien le dice–. Esto tan asqueroso son mis babas, que hacen que pueda
deslizarme mejor por el suelo.
–Perdona caracolito –le dice avergonzada–. No quería molestarte. ¿A dónde vas tan despacio?
–Voy hasta aquel campo
de lechugas, a ver si desayuno un poco –contesta él.
–¡Pues si no te
espabilas llegarás a la hora de cenar! –exclama Celeste divertida.
–Para mí, el desayuno
es lo primero que como cuando me despierto, sea cual sea la hora y tanto si es
de día como de noche –contesta el caracol.
–Yo estoy buscando mi
varita –continúa Celeste–. ¿La has visto por aquí?
–Pues no, lo siento,
pero si quieres, después de desayunar, te ayudo a buscarla –le dice el
caracol.
La pequeña hada Celeste
cree que está muy bien que el caracol quiera ayudarla, pero piensa:
–Si va tan despacio se
hará de noche antes de que podamos empezar a buscarla.
Y con ganas de ayudar
decide hacer algo para que el caracol vaya más deprisa.
–¡Venga, más rápido! –grita empujándolo por detrás con todas sus fuerzas.
Y de golpe, el pobre
caracol pierde el equilibrio y cae de lado con el caparazón al revés...
–Mira, bonita, más
vale que no me ayudes. Yo no tengo ninguna prisa, y además me gusta ir
despacito sintiendo el frescor de la tierra mojada.
Pero Celeste se
impacienta. Ella ha volado hasta el campo de lechugas cuatro veces y ha vuelto,
y el caracol parece no haberse movido de sitio.
–¡Ya lo tengo! –exclama
decidida–. ¡Si dejas aquí tu caparazón podrás ir más rápido, y después ya
volveremos a buscarlo!
Y antes de que el
caracol tenga tiempo de darse cuenta, Celeste le saca el caparazón y lo deja a
un lado.
El pobre caracol se
siente desnudo. Toda la vida ha llevado su caparazón, que lo protege y le sirve
de casa. Ahora parece una babosa, y no es que no le gusten sus amigas babosas,
pero él quiere ser un caracol.
–Por favor, pequeña
hada, vuélvemelo a poner –le pide.
–Tengo frío.
Celeste no lo entiende.
Ella quiere ayudarle a ir más rápido, pero él no quiere. ¿Qué puede hacer? Y
entonces, Luci, que hace rato que le está haciendo señales para que la escuche,
le dice al oído:
–Déjalo que vaya a su
ritmo. Si quieres ayudarle hazle el camino más divertido...
Y la pequeña hada
Celeste oye la vocecita. Y de da cuenta de que tiene razón. Sigue sin saber de
quién es esta voz, pero está aprendiendo a escucharla. Entonces decide contar
cuentos al caracol y cantarle canciones para que el camino no sea tan largo y
aburrido.
Por fin, cuando el sol
empieza a esconderse tras las montañas, llegan al campo de lechugas y el
caracol se mete entre las hojas para desayunar. La pequeña hada se da cuenta de
que ya no les queda tiempo para buscar la varita, pero está contenta de haber
pasado el día con su nuevo amigo.
–Ya la buscaré mañana –piensa–. En realidad tengo mucho tiempo antes de que empiece el próximo curso
en la escuela de hadas.
Y, sin darse cuenta,
ayudando al caracol, la pequeña hada Celeste ha dejado de pensar todo el día en
su varita. Lo que no imagina es que ahora la tiene un poquito más cerca, pero
esto tardará mucho, mucho tiempo en descubrirlo. Su viaje sólo acaba de
empezar...
¿Tú también quieres
viajar?...
Respeta el ritmo de
los demás. Para hacer una misma cosa, hay personas que necesitan más tiempo que
otras.
Celeste cree que el caracol va demasiado
despacio, porque ella puede volar muy rápido. Pero el caracol no tiene prisa,
porque toda su vida ha caminado a su ritmo y sabe que necesita más tiempo. Al
final llega igualmente al campo de lechugas, que es donde quería ir, y disfruta
de un buen "desayuno-cena".
Aprende a esperar cuando quieras
hacer algo y no puedas hacerlo enseguida. Si te enfadas, te pones triste o
nervioso o nerviosa, quizás no te salgan las cosas como tú querías.
Con las prisas para
ayudar al caracol a ir más rápido, Celeste hace cosas que al pobre no le van
demasiado bien. Ella quiere ir más deprisa, y no se da cuenta de que el caracol
no puede correr más. Por suerte escucha a Luci y pasa un buen rato en lugar de
estar nerviosa.
Muchas gracias por divulgar estos recursos.
ResponEliminaGracias por tus palabras. Para mí es un placer poderlos compartir.
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