Para entender el miedo y aprender a superarlo.
Hace
un día precioso. Los árboles se están empezando a vestir con los colores del
otoño y llenan el paisaje con todo tipo de amarillos, marrones y rojos. La
pequeña hada Celeste vuela siguiendo el curso de un riachuelo que corre por en
medio de un valle. Poco a poco el sol empieza a calentar y seca el rocío que
cubre las flores y las hojas.
–Estoy empezando a tener calor –dice pasándose
una mano por la frente–. Creo que iré a refrescarme y a beber un poco de agua.
Y cuando llega abajo se sienta en una piedra,
estira los brazos y mete las manos en el agua.
De pronto se queda mirando unas hojas que bajan
por el río dando vueltas, y de un salto se levanta y exclama:
–¡Ahora sí que voy a divertirme! ¡Qué idea acabo
de tener!
Y dándose
impulso con las alas da una voltereta y va a caer encima de una hoja que se
desliza por el agua.
–¡Uauuu, qué divertido! –grita mientras su
barquita la lleva río abajo.
Mientras el agua la arrastra, la pequeña hada
descansa mirando el cielo y disfrutando del frescor de las gotitas que la
salpican de vez en cuando.
Pero de pronto, la hoja choca contra una piedra y
Celeste cae al río. Enseguida saca la cabeza, pero con las alas mojadas no
puede volar, y el agua tiene tanta fuerza que no la deja acercarse a la orilla.
–¡Socorro! –grita– ¡Que alguien me ayude!
Pero no hay nadie, y al cabo de un rato Celeste
deja de gritar y empieza a sentirse muy cansada.
–¿Cómo voy a salir de aquí? –piensa cerrando
los ojos–. No sé cuánto rato podré aguantar...
Entonces
siente que una mano la agarra, la saca del agua y la tumba en la hierba con
mucho cuidado. Celeste abre los ojos y ve a un niño de piel oscura que lleva
una pluma atada en la cabeza con una cinta. Pero los ojos se le vuelven a
cerrar y se queda dormida de tan cansada que está.
Al cabo de un rato se despierta y, sin
levantarse, ve al niño que la ha sacado del agua. Está sentado a la orilla del
río, sacando punta a un palo con un cuchillo. La pequeña hada comprueba que sus
alas están secas y se acerca al niño volando.
–¿Puedes volar? –le pregunta él con cara de
sorpresa.
–Pues claro, soy un hada –le responde ella–. Bueno, eso es lo que me gustaría, pero he perdido mi varita y no puedo ir a la
escuela. ¿La has visto por aquí?
–Pues no –le contesta él–, pero si quieres te
hago una. Se me da muy bien hacer cosas con los palos.
–Gracias, pero creo que no serviría. Las varitas
se hacen con una madera muy especial y tienen magia –le explica ella–. ¿Qué
estás haciendo?
–Es una flecha para mi arco, que también lo he
hecho yo –le dice el niño.
–Y ¿esto qué es? –le pregunta Celeste señalando
una especie de bolsa larga y estrecha de piel.
–Es un carcaj, y sirve para guardar las flechas.
También lo he hecho yo –le cuenta él.
–Ah –dice Celeste– pues aún te queda mucho trabajo
si quieres llenarlo. ¿Sólo tienes una flecha?
Haciendo que sí con la cabeza, el niño le
contesta:
–Es que hace días que no hay tormenta y el río
no lleva muchos palos ni maderas, y además, a veces cuando los cojo del agua
están podridos y se rompen.
–Y ¿por qué no vas a cogerlos al bosque? –le
pregunta ella–. Seguro que allí encontrarías los que necesitas.
–¡Al bosque! –exclama el niño con cara de
asustado–. ¡Uy, no! ¡El bosque es muy peligroso!
–¿Que el bosque es peligroso? –dice Celeste con
cara extrañada–. ¿Por qué dices eso? Los bosques son preciosos, y allí sólo
viven plantas y animalitos...
–¡Sí, eso mismo, animales grandes y malos que
hacen daño a la gente que se les acerca! –le dice el niño con cara triste.
–¿Qué quieres decir? –pregunta ella–. ¡Si no
hay ningún animal que sea malo! Sólo matan para comer o para defenderse.
Entonces el niño se queda callado mirando el bosque, y una lágrima le
resbala por la mejilla.
–Hace dos lunas el brujo de la tribu se fue a
buscar plantas para sus pociones y aún no ha vuelto. Lo fueron a buscar pero no
lo encontraron. Y esa misma noche se oyeron unos ruidos muy raros, como si
fueran gritos de una bestia enfadada. Desde entonces nadie ha vuelto a entrar
ahí.
–Qué raro –le dice Celeste–. Yo conozco muchos
bosques y nunca ha pasado nada así. Los bosques son parte de la naturaleza, y
la naturaleza no es mala... Seguro que hay una explicación.
En ese momento Celeste oye a Luci:
–Él te ha ayudado a salir del río. Ayúdale a superar
su miedo.
–¿Y cómo lo hago? –piensa.
–Acompáñale y dile que un hada es mágica y que
no os puede pasar nada.
–Sí, pero no tengo mi varita –responde a la
vocecita.
–No la necesitas. Pero así él se sentirá más
seguro.
Así
pues la pequeña hada le dice al niño decidida que lo acompañará y que no le
pasará nada porque su magia les protegerá.
–¡Venga, sé más fuerte que tu miedo! –le dice
viendo que no se decide–. A lo mejor ahí dentro encuentras los mejores palos
para hacer flechas. ¡Si no vas tardarás mucho tiempo en llenar tu carcaj!
Y, poco a poco, el niño se levanta y empieza a
caminar. Celeste se sienta en su hombro para que se sienta protegido.
Pero justo antes de entrar en el bosque el niño
se da media vuelta y vuelve hacia atrás.
–¿Qué haces? –exclama Celeste–. Si no te
atreves, nunca descubrirás qué hay ahí dentro. Quizás te perderás alguna cosa
bonita. ¿Verdad que te gusta hacer flechas? ¡Pues venga, sé más fuerte que tu
miedo, no dejes que te gane!
Al
final el niño entra decidido en el bosque sin pensárselo.
–¿Qué es ese ruido? –grita de pronto asustado.
–Tranquilo, es un pájaro que avisa a los demás
de que estamos aquí –le dice ella.
–¿Qué ha sido eso que se ha movido detrás de
aquella planta? –vuelve a gritar al cabo de un momento.
–Pues un conejito que se ha asustado al vernos,
como la mayoría de animales, que se asustan al ver a una persona...
–Aaaaah –dice el niño algo más tranquilo.
Cuando hace un rato que caminan, parece que el
niño ya no tiene miedo, y va recogiendo palos del suelo mientras Celeste vuela
detrás suyo, parando de vez en cuando a tomar un poco de néctar de alguna flor.
De
pronto se oye un rugido muy fuerte y todos los pájaros dejan de cantar de
golpe:
–Grrrrrr! Grrrrrr!
–Estate tranquilo y no te muevas –le dice
Celeste al niño.
El pobre no podría moverse ni aunque quisiera.
Está tan asustado que no puede ni hablar.
Delante suyo empiezan a moverse unos arbustos y
de detrás de un árbol aparece un oso enorme. Celeste no sabe qué hacer, y
entonces cierra los ojos y desea de todo corazón que la magia de los bosques
les traiga ayuda de alguna parte. El oso está ahí delante, de pie y
enseñándoles las garras, y el pobre niño en el suelo, sin atreverse casi ni a
respirar.
De
repente se oye un grito:
–¡Quieta!
Celeste y el niño giran la cabeza y ven a un
hombre que se acerca al oso y empieza a acariciarlo.
–Tranquila, no quieren hacerte daño. Son amigos–oyen que el hombre le dice al oso.
Poco a poco el animal se va calmando, y después
de oler la mano del hombre se da media vuelta y se va por donde había venido.
–Y ¿tú quién eres? –le pregunta Celeste al
hombre–. ¿Cómo lo has hecho para que el oso se vaya?
–Es una osa. Cuando vine al bosque a buscar
plantas la encontré en el suelo cerca de una cueva. Se encontraba muy mal,
porque su bebé no podía salir de su barriga. Debía hacer mucho que estaba de
parto y la pobre ya no tenía fuerzas, así que la ayudé y decidí quedarme unos
días hasta que se encontrara mejor. Os debe haber oído y sólo quería proteger a
su cachorro.
–¡Pues nos ha dado un buen susto! –le dice
Celeste sonriendo–. Éste debe ser el brujo, ¿no? ¿Ves como no le había pasado
nada? –dice Celeste mirando hacia el niño.
Y de golpe éste se levanta y empieza a gritar:
–Pero ¿por qué no volviste? ¡Todo el mundo
estaba preocupado! ¡Te estuvieron buscando y no te encontraron!
–Mira –le responde el brujo– cuando vinieron a
buscarme me encontré a tu padre, el jefe de la tribu, y estuve hablando con él.
Le pedí por favor que no le dijera a nadie que me había visto, porque
necesitaba descansar un tiempo, y si la gente sabía que estaba aquí vendrían a
buscarme cada dos por tres para algo. Como en el poblado está mi ayudante, que
ya ha aprendido a preparar pociones para curar a la gente, a él le pareció
bien, y por lo que veo ha guardado muy bien
mi secreto. De todos modos, creo que ya he tenido tiempo suficiente para
descansar y puedo volver con vosotros.
El niño empieza a recoger los palos que se le han
caído con el susto, y cuando está a punto de coger el último ve un pajarito en
el suelo con un ala rota.
–Pobrecito, debe haberse caído del nido –le
dice el brujo cogiéndolo con cuidado–. Nos lo llevaremos a ver si podemos
arreglarle el ala. ¿Querrás ayudarme?
El niño hace que sí con la cabeza, y entonces se
da cuenta de que en el suelo ha quedado una pluma del pájaro.
–¿Me la puedo quedar? –le pregunta al brujo.
–¡Pues claro que sí! Seguro que el pajarito te
la regala por haberlo encontrado. Si la llevas siempre encima te recordará que
si te atreves a hacer una cosa puedes descubrir otras que si no te perderías.
Y, atándose la pluma a la cabeza con la cinta, el
niño sale del bosque contento de haber entrado en él. Ha conseguido un montón
de palos para sus flechas, ha encontrado al brujo y ahora podrá ayudar al
pajarito curándole el ala.
Esa noche en el poblado, todos celebran la vuelta
del brujo con una gran cena y una fiesta con música y danzas alrededor del
fuego. Se han pintado la cara y el cuerpo con dibujos y rayas de colores. Pero
hay alguien que lleva un dibujo muy especial... El brujo ha pintado una pequeña
hada en la espalda de un niño, para que no deje nunca de creer en la magia que
lo acompaña y que le da fuerzas para no volver a tener miedo.
A la mañana siguiente Celeste se despide de sus
amigos para seguir con su viaje. La varita la espera en algún lugar y, como
siempre, sin saberlo, poco a poco se va acercando...
¿Quieres seguir viajando?
Todo
el mundo tiene miedo de algo, incluso los adultos. El miedo nace cuando vemos o
imaginamos cosas que pensamos que nos pueden hacer daño o que nos traerán
problemas. El miedo no es una emoción mala, y tenerlo no significa ser
“pequeño” o un “gallina”. Nos ayuda a poder escapar ante un peligro y así no
hacernos daño o morir. Pero a veces el miedo hace que dejemos de hacer cosas sólo
porque no las hemos hecho nunca y no sabemos cómo nos saldrán.
Cuando
tengas miedo de algo piensa: Este miedo, ¿sirve para protegerme y no hacerme
daño o sólo lo tengo porque imagino
cosas que quizás no existen? Si te das cuenta de que el peligro sólo te lo
estás imaginando y no existe de verdad, intenta vencer tu miedo. Si no te
atreves, nunca sabrás qué podrías haber conseguido. ¿No te ha sucedido nunca
que te ha dado miedo subir a una atracción o en una bici más grande y luego te
lo has pasado muy bien?
Si el niño no hubiera entrado en el bosque no habría encontrado tantos
palos, todavía pensaría que los animales son malos, no habría encontrado al
brujo y el pajarito no habría tenido la suerte de que alguien lo curara (¡y
podría haber muerto!). Gracias a que él fue más fuerte que su miedo ganó todas
estas cosas.
No hay
animales malos, pero los animales salvajes pueden ser peligrosos si tienen hambre o se sienten amenazados. A
veces, si una persona ha hecho daño a un animal, él cree que todas las personas
son iguales y todas quieren hacerle daño, y entonces ataca para defenderse.
La osa sólo está protegiendo a su cachorro. Si en lugar de Celeste y
su amigo se hubiera acercado cualquier animal habría hecho lo mismo: asustarlo
para que se fuera.
excelentes historias!!! muchas gracias x compartirlas :)
ResponElimina¡Muchas gracias a ti por tus palabras!:)
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