3. La vieja muñeca de Raquel

Para aprender a disfrutar de lo que tenemos y a compartir. Para aprender a valorar las cosas que no pueden comprarse con dinero, como la amistad.

–¡Despierta, pequeña hada! ¡Me parece que estamos llegando!
          
La pequeña hada Celeste abre los ojos medio dormida. La cigüeña la ha despertado mientras estaba soñando que jugaba con sus amigas a cambiar el color de sus vestidos con sus varitas. Hace muchos días que ella y la cigüeña vuelan juntas cruzando el mar, y de vez en cuando la pequeña hada ha descansado encima suyo. Cuando saca la cabeza de entre las plumas, mira hacia abajo y sólo ve el mar.

–Yo no veo nada –le dice, y cansada de ver siempre lo mismo vuelve a taparse con las plumas e intenta seguir con aquel sueño tan divertido.

Pero de pronto nota unos pinchazos en la pierna, y un golpecito de pico hace que salga disparada hacia arriba.

–¡Venga, espabila dormilona! –le grita riendo la cigüeña–. ¡Y mira hacia allí!

Celeste se frota los ojos y mira por encima de la cabeza de la cigüeña.

–¡Por fin hemos llegado! –exclama contenta–. Pero, ¿dónde estamos?

Delante de ella aparece una ciudad con los edificios más grandes que ha visto nunca... una ciudad de rascacielos.
Cuando llegan, empiezan a recorrer las calles, y la pequeña hada se queda con la boca abierta con todo lo que ve: por todas partes hay carteles con lucecitas que anuncian miles de cosas; las aceras están llenas de gente que anda de prisa; hay tantos coches que no tienen sitio para moverse... En una esquina, un grupo de chicos con gorras y gafas de sol bailan haciendo piruetas y volteretas con la cabeza en el suelo.

A Celeste también empieza a darle vueltas la cabeza. Hay demasiado ruido, y al cabo de un rato comienza a tener ganas de salir de allí.

Después de cruzar volando unas cuantas calles, pasan por delante del campanario de una iglesia, y la cigüeña se acerca a él, diciéndole a Celeste:

–Amiga mía, aquí se acaba mi viaje. Este sitio no está nada mal para hacer un nido, ¿no te parece?

La pequeña hada le da un abrazo.

–Muchas gracias por haberme dejado volar contigo. Yo tengo que seguir buscando mi varita. A lo mejor un día volvemos a encontrarnos.

Y después de darle un besito en el pico, Celeste levanta el vuelo y continúa su camino.

De pronto se da cuenta de que las calles han cambiado. Las casas son más viejas y todo parece muy triste, pero se oyen las risas de unos niños que juegan al fútbol con una botella de plástico vacía...

Este sitio le da mucha pena, porque la gente que vive ahí es pobre, y a veces no tiene dinero ni para comprar comida...

Pero después de volar un rato, las calles vuelven a cambiar. Ahora se ven casitas más bajas, con un jardín delante y rodeadas de árboles y flores.

De pronto ve pasar un globo rojo... y luego uno amarillo... y uno azul... y uno verde... Delante suyo el cielo se llena de globos de colores, y la pequeña hada se divierte dándoles golpecitos con las manos. Abajo, en el jardín de una casa hay una fiesta de cumpleaños, y decide acercarse. Hay una niña que lleva una corona con el nombre "Raquel" escrito con purpurina, y está rodeada de niños y niñas que la felicitan y le dan regalos.

Sentada en la rama de un árbol que hay al lado de la casa, Celeste ve cómo la niña abre deprisa los regalos y los va metiendo en una bolsa muy grande.

–¿Me dejas jugar con una muñeca? –le pregunta una de las niñas.

–Lo siento, pero no puedo, porque es nueva  y  se   estropearía –le responde ella.

Y cuando acaba de abrir el último paquete se levanta y arrastra la bolsa con todas sus fuerzas hacia dentro de la casa.

–¿Y si pintamos un rato? –pregunta un niño con la cara llena de pecas.

–Es que no quiero que gasten mis colores nuevos –dice Raquel.

–Pues juguemos a pelota –dice otro.

–No, que podría pincharse –vuelve a responder ella.

Así que los niños deciden jugar al escondite, pero Raquel no tiene ganas, y sentada en un escalón mirando cómo juegan, piensa:

–Ya tengo ganas de que se marchen todos para poder ir a jugar con mis juguetes nuevos.

Mientras tanto, Celeste ha entrado en la casa por una ventana abierta.

–Esta debe ser la habitación de Raquel –dice.

Hay juguetes por todas partes: estanterías llenas de muñecas, una montaña de peluches encima de la cama, una caja con todo tipo de disfraces y cajones llenos de cosas para pintar y hacer manualidades.

–¡Pero si no tendrá sitio para guardar todos los regalos que le han hecho hoy! –dice en voz alta.

Y, cuando se acerca a la ventana para volver fuera, ve las piernecitas de una muñeca de trapo asomando de un baúl a medio cerrar.

–Y ¿tú qué haces aquí dentro? –le pregunta abriendo la tapa–. ¿Por qué no estás en una estantería como las demás muñecas?

–Yo  soy  la  primera  muñeca  que  le  regalaron  a  Raquel –responde la muñeca–. Me quería mucho, y jugábamos cada día, pero cuando empezó a tener muñecas nuevas a mí me arrinconó y ni siquiera se acuerda de que estoy aquí. Cualquier día me tirará a la basura.

–Pues yo creo que eres la más bonita de todas –le dice la pequeña hada–. Quizá algún día Raquel vuelve a jugar contigo.

Pero, en el fondo, Celeste sabe que eso es muy difícil. Hoy Raquel tiene un montón de regalos y muñecas nuevas para jugar.

De pronto, mientras piensa cómo podría ayudar a la muñeca, oye a alguien subiendo por las escaleras y se esconde a su lado en el baúl. Se abre la puerta y entra Raquel con los regalos.

–Por fin se han ido todos y puedo jugar sin que nadie toque mis cosas!

Y, sentada en el suelo los esparce todos y se pone a jugar.

Dentro del baúl, Celeste espera a que Raquel se vaya a dormir, y entonces, cuando sale, oye a sus padres hablando en la otra habitación:

–Lo siento mucho –le dice el padre a la madre– pero me he quedado sin trabajo, y si sólo trabajas tú no podemos seguir viviendo en esta casa tan cara.  Mañana tendremos que recoger las cosas e irnos a vivir a un sitio más pequeño.

La pequeña hada se pone muy triste.

–Pobre gente –piensa–. Quizás debería quedarme hasta mañana a ver si puedo ayudarles.

Y vuelve a meterse en el baúl, para dormir al lado de la muñeca.

La mañana siguiente, cuando Raquel se despierta, ya hace rato que sus padres están haciendo las maletas y desmontando los muebles. En la calle hay un camión que lo llevará todo a su nueva casa. Su madre entra en su habitación y le cuenta qué ha ocurrido; le dice que elija un juguete para llevarse, porque en su nueva casa no hay suficiente sitio para todo.

–¡No mamá, yo los quiero todos! ¡Son míos y quiero llevármelos! –grita enfadada.

Y con los ojos llenos de lágrimas sale corriendo de la habitación sin coger ninguno...

Cuando se queda sola, Celeste sale del baúl.

–Pobre Raquel –piensa– lo quiere todo y ahora se va a quedar sin nada.

Entonces oye la vocecita de Luci:

–Pon la muñeca de trapo en una caja –le dice.

Y la pequeña hada, que sabe que esta vocecita siempre acierta, coge la muñeca y, sin que nadie la vea, la guarda en una de las cajas que aún está abierta.

Al cabo de unas horas el camión ya está cargado. La pequeña hada ve desde la ventana cómo Raquel y sus padres suben al coche y se van detrás del camión. Y entonces decide seguirles. De un saltito empieza a volar hasta llegar al camión y se sienta encima.

Enseguida llegan a aquellas calles con casas viejas donde vive la gente que no tiene mucho dinero. Se paran delante de una casa pequeña y empiezan a descargar el camión. Es una casa de tres pisos donde viven más familias. En los escalones de la entrada hay un grupo de niños y niñas que miran cómo los hombres del camión van y vienen llevando dentro muebles y cajas.

Raquel pasa por su lado sin ni siquiera mirarlos y entra muy rápido en la casa. Cuando han terminado de montar su habitación se encierra dentro y empieza a llorar tirada en la cama.

Entonces Celeste, que la ha seguido sin que la viera, empieza a hablarle:

–No llores, Raquel. Seguro que aquí harás un montón de amigos, y verás cómo te lo pasarás bien.

–Y ¿tú qué sabes? –le dice sin levantar la cabeza de la almohada.

Pero al cabo de un momento, Raquel se levanta y descubre que quien le está hablando es la pequeña hada...

–¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? –le pregunta sin parar de llorar.

–Soy Celeste, y mientras estaba buscando mi varita he llegado a tu casa y he visto lo que ha pasado. Si quieres podemos  ser  amigas –le responde ella.

–¡Yo no necesito amigas! –dice Raquel–. A mí me gusta jugar sola con mis juguetes, pero ahora no tengo ninguno, y estoy triste y enfadada, porque he tenido que dejarlos todos en la otra casa.

–¿Sabes qué? –le dice Celeste–. Una vez me dijo un duende del bosque que todo lo que nos pasa es por algún motivo, porque a lo mejor tenemos que aprender algo.

–¡Déjame en paz! –responde ella–. ¿Cómo quieres que aprenda algo de todo esto?

La pequeña hada ve que no conseguirá convencer a Raquel. Le dice adiós y se va volando hacia la calle. Pero entonces ve a unas niñas jugando en la acera. Cada una lleva una muñeca de trapo medio rota, pero se lo están pasando la mar de bien y no paran  de reírse. Y en ese momento oye la voz de Luci:

–Dale su muñeca de trapo y haz que salga a la calle.

Y Celeste da media vuelta y entra de nuevo en la casa. Echa un vistazo y enseguida ve la caja donde puso la muñeca.

–¡Ven Raquel! ¡Mira esto! –grita.

Raquel se acerca, y cuando ve la muñeca dice:

–Esta muñeca no la quiero; es vieja y no me gusta.

–Anda, cógela y ven conmigo, por favor... –insiste Celeste.

Raquel decide hacerle caso; coge la muñeca y sigue a Celeste hasta la calle. Cuando ve a las niñas jugando se las queda mirando desde la puerta, pero entonces una de ellas la ve y le pregunta:

–¿Quieres jugar?

Raquel mira a Celeste y, sin decir nada, dice que sí con la cabeza y se acerca despacio a las niñas. Enseguida empiezan a hablar con ella y le prestan sus muñecas, que se parecen mucho a su muñeca vieja. Al cabo de poco rato, Raquel está jugando con sus nuevas amigas y parece que se lo está pasando bien. Su muñeca está muy contenta de poder jugar con ella otra vez. 

Y Celeste, viendo que ya no la necesitan, se aleja volando despacio por encima de las casas con una sonrisa. Ha podido ayudar a la muñeca, y también ha ayudado a Raquel a darse cuenta de que no necesita tantos juguetes para divertirse; que no hay nada mejor que jugar con otros niños y niñas y compartir lo poco que se tiene, aunque sólo sea una muñeca vieja o una botella de plástico para jugar al fútbol.

Se está haciendo de noche, y la pequeña hada decide ir a ver a su amiga cigüeña para dormir con ella en el campanario.

–Mañana me levantaré temprano para seguir buscando mi varita –piensa.

Y, una vez más, no se da cuenta de que se ha vuelto a acercar.

Y mañana, ¿la querrás acompañar? 
Aprende a disfrutar de lo que tienes. Si siempre quieres las cosas que no tienes nunca serás feliz. Es normal que quieras cosas nuevas, porque las tiendas cada vez están más llenas de cosas que nos gustan. No hay nada malo en querer juguetes nuevos, pero antes tendríamos que pensar si estamos seguros de quererlos y si no nos vamos a cansar de ellos enseguida. 

Raquel tiene muchos juguetes, pero cuando tiene juguetes nuevos ya no juega con los otros.

Aprende a compartir. Si compartes algo con alguien, harás que se sienta feliz, y otro día a ti también te gustará que esta persona comparta algo contigo. Es normal que a veces te cueste, porque no quieres que eso se estropee o porque lo aprecias mucho, pero piensa que lo importante de las cosas es que sirvan para que nos sintamos mejor, ¿y no crees que jugar con amigos y/o amigas te hace pasar un buen rato?

Raquel no quiere compartir sus juguetes, pero cuando conoce a las niñas de su nueva casa se lo pasa muy bien jugando con ellas y compartiendo sus muñecas. Sólo tiene su vieja muñeca de trapo, pero al compartir las muñecas entre ellas, es como si las niñas tuvieran muchas más.

Las cosas que podemos comprar con dinero, como los juguetes, las chuches, la comida que más nos gusta, etc., nos hacen felices sólo un rato, unos días, o quizás algunos meses. Pero a medida que pasa el tiempo, la felicidad que nos daban al principio ya no es tan grande. En cambio, la felicidad que sentimos al tener amigos puede durar toda la vida, incluso aunque no les veamos tan a menudo.

Raquel se ha quedado sin juguetes y cree que ahora ya no podrá divertirse. Pero aunque sólo le queda su vieja muñeca ha hecho nuevas amigas, y con ellas podrá hacer muchas más divertidas además de jugar a muñecas.

Siempre podemos aprender alguna cosa de lo que nos pasa, sobre todo de las cosas desagradables. Cuando tenemos un problema o pasamos un mal momento, sin darnos cuenta nos esforzamos por encontrar una solución, nos miramos a nosotros mismos para ver si hemos hecho algo para que eso ocurriera, e incluso, cuando todo ha pasado, nos damos cuenta que las cosas son mejor que antes. Y siempre, toda la vida, estamos aprendiendo y creciendo...

Con el cambio de casa Raquel ha aprendido que no necesita tantos juguetes para pasárselo bien. Ha hecho nuevas amigas y se divierte jugando con su vieja muñeca, que hacía mucho tiempo que tenía abandonada. Además, ha aprendido que compartir hace que todo el mundo disfrute de más cosas: de las suyas y de las de los demás.

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